domingo, 21 de marzo de 2010

Aquello era la ONU

No me pregunten cómo habían llegado hasta allí, pero estaban todos. Todos. Cada uno con cinco o seis acompañantes. Asesores, jefes de prensa, escoltas, supongo. El espacio era muy reducido y sus movimientos resultaban trabajosos; sus rostros, difíciles de distinguir. Uno alto, delgado, atlético, cuya blanquísima dentadura contrastaba con el color de su piel, me pareció Obama. Otro, apenas visible por su baja estatura, pese a los zapatos con alza que se intuían por su forma de caminar, debía de ser Sarkozy. Aquella, de anchas caderas y cara redonda, probablemente fuera Angela Merkel, que se dispondría a aplicar mano dura a quienes no siguieran sus dictados económicos. Estaba incluso Hugo Chávez, como prueba, quizás, de que el demonio atraviesa cuantas paredes se le ponen por delante. La elegantísima capa verdosa que llevaba con prestancia identificaba a... este... sí, Hamid Karzai, el presidente afgano, que lucía cual rey medieval de película. No se veía a ninguna de sus compatriotas, acaso porque el burka aún obligado en tan desdichado país, pese a que la invasión imperial prometió terminar con él, hubiera estado mal considerado en reunión de tanto postín.

Zapatero debía de ser aquel de una esquina, al final del pasillo, aislado podría decirse si no fuera porque los doscientos metros cuadrados en que se desarrollaba el encuentro lo hacían imposible. Pertenecer a las generaciones de españoles que no aprendimos idiomas trae aparejadas esas funestas consecuencias. Sonreía a todo lo que le decían, pero era una sonrisa un tanto bobalicona cuyo significado se me escapaba. Uno de piel estirada y cabello sospechosamente más negro que el azabache me pareció Silvio Berlusconi. Las jovencitas que le rodeaban serían, digo yo, sus sobrinas, con aspecto un tanto cansino, que atribuí a los efectos no desvanecidos de la última fiesta en alguna de las mansiones del signori.

Como digo, me resultaba incomprensible cómo habrían llegado hasta allí. Pero tampoco me importaba. Mi preocupación la provocaba otra causa. No era el porqué yo mismo me hallara en aquel lugar, pues a fin de cuentas eso era lo más natural del mundo, sino que, vestido de lo más normalito entre tanta gente de alto copete, por más que buscaba en mis bolsillos no la encontraba. No encontraba algo que suelo llevar siempre encima, pues la ocasión aparece cuando menos se la espera.

Hay que ver cómo se desenvolvían, pese al guirigay, por las habitaciones. Éste entraba en mi propio dormitorio, el mismo desde el que en las tórridas noches veraniegas, con la ventana abierta, el niño que fui contemplaba atónito miles de estrellas. Aquél, en el cuarto de los embalajes, donde juguete que llegaba –el coche de hojalata, el caballito mecánico, el tren al que había que dar cuerda– era descompuesto en segundos, sobrando siempre alguna pieza al intentar devolverlo a su estado primitivo. El de más allá, en el destartalado cuarto de baño ocupado en su casi totalidad por la enorme tina que, cuando se puso, constituía el no va más de la modernidad. Pero, ya digo, me traía al pairo cómo les habría dado por reunirse precisamente allí, en aquel enorme piso que vio transcurrir mi infancia. Creo que incluso aún colgaba de una pared, por encima de la nevera que había que alimentar a diario con barras de hielo, el calendario del año en que vivíamos: 1952. Pero yo no era el niño que entonces fui. Yo era yo, el actual, alguien desesperado porque, por más que lo intentara, por más que afanosamente lo buscara, no encontraba algo con que lograr que le creyeran cuando contara lo sucedido: la pequeña cámara fotográfica que le permitiera inmortalizar el acontecimiento. Yo era yo, el de ahora, el viejo profesor al que retiraron del escenario las circunstancias, el que sueña con cosas rarísimas últimamente. El viejo profesor que en alguna ocasión ha incurrido incluso en el nefando pecado de soñar despierto.

martes, 9 de marzo de 2010

Natalie Wood bailó en el gimnasio

UNA de las más memorables escenas de West Side Story es ésta de  Mambo ! The Dance at the Gym. La pongo hoy, cuando vuelven a estar de actualidad Natalie Wood –la protagonista de aquella y otras inolvidables películas (Esplendor en la hierba, por ejemplo)– y las extrañas circunstancias en que murió.





En El País de hoy se publica la siguiente crónica:

Uno de los misterios más famosos de Hollywood lo constituye la muerte de la actriz Natalie Wood en 1981 durante un viaje en barco con su marido, el actor Robert Wagner, y su compañero de reparto de ese momento Christopher Walken. La versión oficial dice que la protagonista de Rebelde sin causa y Esplendor en la hierba se cayó por accidente del yate en el que viajaban y se ahogó, pero, 29 años más tarde, su hermana ha pedido que se reabra la investigación, segura de que Wagner tuvo que ver con esa supuesta caída.

Según cuenta la CNN, el caso está más que cerrado. Sin embargo, Lana Wood y el capitán del barco que un fin de semana de noviembre del 81 llevó a bordo a los a los tres amigos, Dennis Davern, están convencidos de que Wagner pudo haber empujado a Wood durante una pelea de la que Davern fue testigo, pero que ocultó durante la investigación a petición del propio actor. De hecho, Davern ha reconocido en una entrevista con la cadena estadounidense que se arrepiente de no haber colaborado en aquel momento, por lo que se ha sumado a la petición de la hermana de la actriz al departamento de justicia del condado de Los Ángeles de que el caso se vuelva a investigar.

Wood asegura que sólo desea que se sepa la verdad. Y es que los celos que Wagner sentía por Walken, que viajaba con ellos, han sido incluso reconocidos por el actor en un libro que publicó el pasado septiembre, en el que afirma su versión de la muerte de su esposa. Según el actor, ambos discutieron la noche del supuesto accidente y él incluso llegó a quebrar una botella de vino delante de su invitado y de su mujer. Tras ello, el matrimonio siguió su pelea en el dormitorio, mientras Walken se fue a su camarote. Wagner afirma que después de la disputa con su mujer, ésta se quedó arreglando la habitación mientras él se dirigió donde su amigo para pedirle disculpas por el mal rato. Cuando el actor volvió a su habitación, Wood había desaparecido.

Como el bote salvavidas del yate tampoco estaba, Wagner asumió que su mujer había decidido volver a la costa tras la discusión. Así se lo avisó al capitán Davern, cuya versión dista mucho de la del actor. Según él, y así lo cuenta en su libro Goodbye Natalie, Goodbye Splendour, tras la fuerte pelea que el matrimonio mantuvo en su camarote, siguieron discutiendo en la cubierta y tras esa discusión, el actor le informó de la desaparición de su mujer. Ambos, entonces, se dieron cuenta de que tampoco estaba el salvavidas.

Wood fue encontrada al día siguiente, a más de un kilómetro del barco y con el camisón puesto. La versión oficial es que la actriz se dio cuenta de que el bote estaba suelto y, al agacharse para volver a atarlo al barco, se resbaló y cayó. En el momento de la investigación pesaron poco los relatos de los protagonistas de aquella noche, pero cuando el guardacostas de Los Ángeles le preguntó a Wagner por qué esperó hasta las cinco de la mañana para avisar de la desaparición de su esposa si no la encontraba desde medianoche, él dijo: "Porque probablemente estaba de fiesta en algún otro barco. Esa es la clase de mujer que es... Y yo no quiero que eso se haga público".